lunes, 1 de febrero de 2010

Invictus, de Clint Eastwood

Plasmar la imagen de Nelson Mandela en apenas dos horas de película es algo tremendamente difícil de conseguir. Lo mismo sucede si la intención es retratar las problemáticas sociales existentes en la Sudáfrica que intentaba salir del infierno del Apartheid. Hay que decir que Invictus no consigue ninguno de estos dos objetivos, aunque, de todas maneras, no parece que ese fuera el fin al que quería llegar Eastwood cuando decidió llevar a cabo el proyecto.
Lo que el film nos pretende retratar es como el deporte puede ser utilizado para lograr objetivos a los que la política no puede ni imaginar llegar. En este caso, sí que se puede decir, sin duda, que Invictus cubre con las espectativas. El cuento de hadas del equipo perdedor que logra superar las adversidades se entrelaza con conceptos tan complicados como la inspiración, el honor, la tolerancia o el perdón, dando lugar a una mezcla que consigue emocionar con hechos y con palabras. Con palabras porque en la interpretación del presidente Mandela nos encontramos a un Morgan Freeman en su salsa, acomodado en un papel para el que parece que se ha estado preparando toda la vida y que cubre a la perfección con una actuación inspiradora de esas que gustan a la Academia; y con hechos, porque pocas veces la acción deportiva, lo que sucede en un campo de juego (en este caso, de rugby), se había plasmado en la gran pantalla de una forma tan realista y espectacular, con un fenomenal Matt Damon, en el papel capitán de los Springboks Françoise Pienaar, un personaje determinante en el éxito deportivo del equipo en el mundial de rugby que acogió la nación arcoiris en 1995 y que tan bien retrata la película.

Blancos y negros unidos por la ilusión del la copa del mundo de rugby.

Está claro que a Invictus le falta profundidad a la hora de tratar una problemática tan llena de claroscuros como la situación racial de Sudáfrica y también salta a la vista que la imagen de Mandela en el film es cercana a la que se da de Jesucristo en ciertas producciones bíblicas. Pero a la hora de hacer una película biográfica y basada en hechos reales, hay que saber elegir qué es lo que más nos interesa reflejar. Clint Eastwood, al servicio esta vez de un proyecto ajeno a él (comandado en gran parte por el mismo Morgan Freeman), quiere hacernos sonreír, emocionarnos y volver a hacernos creer que el color o la condición social quedan de lado cuando existe un objetivo común por el que luchar. Superar las diferencias es el primer paso para ganar. Un momento que emocionó al mundo y que ahora tiene un dignísimo representante el la gran pantalla.

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